Corría el año 2005 y salía con
una mujer. Un día caminábamos por Miraflores y entramos a una calle pequeña,
tranquila y poco transitada. Nos besamos como lo hace tanta gente heterosexual
en cualquier calle cuando se gustan y sienten afecto.
En ese momento apareció un sereno
motorizado y nos “intervino”. Pidió que nos retiráramos, que algunos vecinos se
habían quejado y que podríamos ser sospechosas de “campanas” –personas que avisan
a los ladrones para robar las casas-. En ese momento me indigné muchísimo:
podía suponer la sorpresa y rechazo del sereno al ver a dos mujeres besándose, pero
de allí a pretender echarnos de la calle y deslizar la posibilidad de ser
delincuentes, era demasiado. Se trataba
de un agente municipal, se suponía que él debía cuidar a la gente que transitaba
en Miraflores y no violentar a una pareja de mujeres en base a sus prejuicios
lesbofóbicos.
Le increpé al sereno que no podía
hacernos eso y le recordé cual era su obligación. Fue peor, tomó su radio y
pidió apoyo a una comisaría porque había intervenido a dos “féminas” y estaba
solo. Reaccioné en ese instante y le dije que esperaría el auto patrullero, que
esta vez sería yo quien exigiría ir a la comisaría para denunciarlo a él. Lamentablemente
a mi acompañante no le gustó nada lo que dije, se asustó mucho y me pidió retirarnos
del lugar. El sujeto canceló el pedido a la comisaría y antes de irse espetó
que no era posible que mujeres de apariencia “normal” hiciéramos “eso”.
Nunca denuncié nada, la chica de
ese entonces no quería que dé sus datos ni que mencione nada de lo sucedido. La
entendí.
Meses después me
volví activista lesbiana y luego empecé a frecuentar el movimiento feminista. No
permitiría que volvieran a tratarme así y trabajaría para que otras lesbianas
conozcan sus derechos y para que la sociedad empiece a entender que es necesario
hacer de este país un lugar vivible para las lesbianas, transgénero, gays y
bisexuales (LTGB).
Cuando patrones
socio culturales establecen reglas de convivencia intolerantes a la diferencia
y a la diversidad de género y sexo afectiva, se instaura una sociedad
segregacionista que normaliza el rechazo y la violencia a quienes son y viven
diferente a lo heterosexual. Y eso es ponerse de espaldas a la diversidad, es
negar una realidad y lo que es peor, es erosionar la base que toda sociedad
civilizada, democrática y saludable debe tener: igualdad y libertad.
Las mujeres somos
diferentes a los hombres pero tenemos iguales derechos, las/os LTGB somos
diferentes a las/os heterosexuales pero tenemos iguales derechos. Si un
servidor público duda de esto o no lo conoce, entonces hay que capacitarlo como
el sereno de Miraflores en el 2005. Pero si un funcionario o autoridad del
Estado como un Ministro/a o Congresista cree que no es así merece ser sancionado,
porque quien ostenta un cargo de tal envergadura no puede alegar su creencia o prejuicios
para discriminar, violentar o negar derechos a nadie. Es su obligación conocer
la Constitución del Estado y defender y promover los derechos fundamentales de
todas y todos los peruanos (LTGB, mujeres, afro descendientes, indígenas,
personas viviendo con VIH). No hacerlo es incurrir en infracción constitucional.
Por eso, lo hecho por el
congresista Julio Rosas al invitar y condecorar a líderes homofóbicos en las
instalaciones del Congreso (http://utero.pe/2014/03/19/congreso-peruano-condecora-a-lider-mundial-de-la-homofobia/ ) para promover la discriminación e incitar al
rechazo y odio a LTGB, merecería mínimamente el rechazo claro y contundente de
otras/os congresistas. Pero no, no se oyen voces, excepto el congresista Carlos
Bruce –promotor de la ley de unión civil para homosexuales- los demás mantienen
un silencio cómplice. Es que aquellas y
aquellos congresistas que se ufanan ser defensoras y defensores de los derechos
humanos no tienen nada que decir? Dejarán que el Sr. Rosas siga incitando al
odio impunemente?
Mientras se siga considerando a
los LTGB como ciudadanos subalternos a lo que se les puede discriminar y
violentar desde el propio Estado, estaremos muy lejos de ser un país democrático
y sano. Será el Estado responsable por omisión y negligencia de la violencia y
asesinatos por motivo de orientación sexual e identidad de género.
A la gente de distintas
instancias del Estado que más de una vez me manifestaron su preocupación por no
tener casos que den cuenta de la vulneración de los derechos de los LTGB, lo
del congresista Rosas constituye un caso vergonzoso y flagrante de lo que no
debe hacer un funcionario o servidor público. La discriminación es un delito y
la homo lesbo transfobia silencia, niega y mata.
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