Por María Luisa
Peralta
Hoy, lunes 8 de
agosto, muchxs personas gltb y muchxs de quienes se comprometen con nosotrxs
estaremos expectantes de una sentencia judicial. Se juega mucho: la posibilidad
de justicia para unx de nosotrxs, Pepa Gaitán, fusilada por lesbiana, y la
posibilidad de que una instancia del Estado se haga cargo de que a pesar del
matrimonio igualitario sigue funcionando una matriz cultural e institucional que genera y sostiene
lesbofobia. Algunxs de las personas que están en contacto en este fb conmigo no
tendrán del todo claro qué es la lesbofobia o quizás no vean la importancia de
que el tribunal acepte el planteo de la abogada querellante Natalia Milisenda
de incluir a la lesbofobia como motivación y agravante del crimen, incluso
cuando la ley antidiscriminatoria no incluye entre las causales de agravante a las
categorías de orientación sexual, identidad o expresión de género.
Hace unos días, mi
amigo Mauro Cabral me pidió que escribiera unas líneas sobre cómo defino yo la
lesbofobia, sobre todo en atención a que el fiscal de la causa, Fernando
Amoedo, se negó a considerar que el de Pepa había sido un crimen de odio. Esto
es lo que escribí.
Lesbofobia.
Antes y después de la
escopeta. De cómo se llega a Daniel Torres disparando una escopeta y al fiscal
Fernando Amoedo diciendo que no es crimen de odio.
Inicialmente, el
término homofobia se utilizó para designar tanto las actitudes como los
conceptos prejuiciosos, sesgados, basados en estereotipos y que mostraban odio,
desprecio, rechazo, insulto y degradación de los varones gays. Como suele
suceder con los conceptos y políticas vinculados a los gays, se lo extendió
como un término paraguas automáticamente aplicable a todo el colectivo de gays,
lesbianas, trans y bisexuales. Con los años, las y los militantes hicieron
notar la necesidad de nombrar la lesbofobia, la transfobia y la bifobia
(palabras todas estas que el corrector automático de Word marca como error
mientras las escribo, cosa que no hace al escribir homofobia) no por un afán de
figurar ni por engrosar la lista de términos gratuitamente, sino porque si bien
hay un trasfondo común de intolerancia y de disposición a la manifestación del
desprecio, las formas en que se ejercen la homofobia, la lesbofobia, la bifobia
y la transfobia son distintas, así como lo son los presupuestos ideológicos singulares
en los cuales la heteronorma, la heterosexualidad obligatoria y el sistema
doble de binarios sexo-genéricos son interpelados, cuestionados y socavados por
la existencia gay, lésbica, bisexual y trans.
La lesbofobia es la
forma en que se manifiesta el rechazo, odio, desprecio y violencia hacia las
lesbianas y el soporte conceptual que sostiene esos sentimientos y acciones
(ese soporte son los prejuicios, los estereotipos, las mutilaciones de los
relatos y las biografías de las propias lesbianas, las interpretaciones de la existencia
lésbica no a partir de categorías lésbicas sino forzadas a encajar en un dogma
cultural heterosexista, y las ficciones investidas de cientificidad producidas
desde los saberes académicamente reconocidos de médic*s, psicólog*s,
psiquiatras, criminólog*s, historiador*s, sociólog*s, etc. ). Entonces, la
lesbofobia tiene como fin último, explícito o no, la aniquilación de la
existencia lesbiana individual y colectiva. En ocasiones, la aniquilación es
simbólica, cultural, política o sexual y en otras ocasiones es física y total,
es decir, implica la muerte de la persona blanco del ejercicio de la lesbofobia.
Como el término denota tanto disposiciones del ánimo y conceptos como acciones,
es importante no olvidarse nunca de que las acciones lesbofóbicas son resultado
de la voluntad. Una persona puede alegar que sus prejuicios o su incomodidad
frente a las lesbianas están predeterminados por la cultura en la que se crió y
en la que vive, que incluso muchos de esos prejuicios forman parte de un
sentido común, y que por lo tanto no es enteramente responsable de pensar y sentir
tales cosas. Y esto es cierto hasta el punto de que todas las lesbianas debemos
lidiar con la lesbofobia que internalizamos por el hecho de ser criadas en una
cultura patriarcal. El mismo componente de involuntariedad puede predicarse de
cualquier sentimiento positivo o negativo, incluso del deseo sexual y, en
parte, de ese fondo incuestionado formador de interpretaciones del mundo
llamado “sentido común”. Pero la
distancia entre toda idea, pensamiento, sentimiento o sensación y el acto es
exactamente la voluntad. El momento de pasar a la acción es el momento de
preeminencia de la decisión y de la voluntad. Puede haber comprensión de cómo
se forma una idea o sentimiento lesbofóbico, pero no hay atenuante posible para
la acción lesbofóbica. Y es la acción, precisamente, la que ejecuta un castigo que
se interpreta a sí mismo como habilitado por los prejuicios y conceptos.
En el propósito de
aniquilar la existencia lesbiana, se despreciarán como irreales las identidades
y relaciones lésbicas. Las lesbianas cuya expresión de género no difiera
sustancialmente de la expresión de género de las mujeres, serán negadas como
lesbianas, negadas en su autonomía y en la afirmación de sus opciones vitales y
su deseo, para ser presentadas como víctimas: no serán consideradas verdaderas
lesbianas, sino mujeres frágiles seducidas por las otras, las verdaderas
lesbianas. Aquellas cuya expresión de género sí difiera de la expresión de
género de las mujeres y a las cuales la mirada desde el binario sexo-genérico
patriarcal interprete como más semejantes a los hombres, esas sí serán
consideradas las “auténticas” lesbianas, lo que significa también, dentro de
ese esquema de pensamiento, las auténticas amenazas para el orden patriarcal de
supremacía de los hombres. Las feminidades lésbicas no tienen lugar: a quienes
las encarnan se las lee como mujeres confundidas. Las masculinidades lésbicas
tampoco tienen lugar: a quienes las encarnan se las lee como malas imitaciones
de hombres. La diferencia está en que no ser una verdadera mujer y parecerlo no
merece castigo en un régimen en el cual las mujeres aparecen como seres
subalternos, porque en todo caso el castigo fundamental para ellas es dejarlas
inscriptas como seres que deben estar permanentemente accesibles para los hombres,
pero bajo semejante régimen sí es lícito, e incluso necesario, castigar a las
invasoras del monopolio de la masculinidad que pretenden los hombres
(específicamente los hombres machos). Porque esta conceptualización que niega
la existencia lésbica, y al lesbianismo como un género en sí mismo, se perpetúa
sobre la construcción de buenas y malas. A las que son alineadas con las mujeres,
que para el patriarcado son por definición pasivas, no se les puede endosar la
perversión, la seducción, la iniciativa sexual, ni ningún tipo de amenaza ni de
capacidad de violencia, bajo el riesgo de caer en contradicción interna con los
postulados de atribución sexo-genérica del propio patriarcado. En cambio, a
quienes son degradadas bajo el rótulo de imitación de hombres para negar su existencia
lesbiana masculina, sí se les puede achacar perversión, seducción maliciosa,
iniciativa sexual, capacidad de violencia y amenaza. Es más, no sólo se puede,
sino que es canónico hacerlo. Eso es lesbofobia: la imposición de un
estereotipo mentiroso sobre todo un colectivo de lesbianas para habilitar las
violencias simbólicas, culturales, económicas, institucionales, corporales.
Estas lesbianas masculinas, estas lesbianas que se niegan, se resisten, se
rehúsan a la feminidad en cualquiera de sus formas, estas lesbianas que
reclaman una apropiación de las masculinidades y que las recrean de un modo singular
y único, un modo distinto a las masculinidades de los hombres, estas lesbianas
deben ser castigadas: el castigo a las lesbianas masculinas está socialmente
habilitado, respaldado, validado. Siendo la heterosexualidad un régimen
biopolítico, el castigo de la disidencia sexual y genérica tiene una función y
por eso se lo mantiene, aún cuando much*s heterosexuales no se perciban como ejecutor*s
activ*s de ese castigo. Análogamente al planteo marxista de que la existencia
de una masa desempleada sirve para disciplinar a l*s asalariad*s, así también
la existencia de una masa de personas a quienes se puede agredir, violentar,
degradar, insultar, e incluso matar impunemente o con la certeza de recibir
atenuantes en función de su orientación sexual, identidad o expresión de género
es necesaria para disciplinar al resto dentro de los límites sexuales y
genéricos del patriarcado, que instituye y distribuye privilegios y subordinaciones.
Y esa masa son las lesbianas masculinas, los gays afeminados, las travestis,
las personas trans que no se ajustan a las normas de género de hombres y
mujeres heterosexuales. Por lo tanto, esas personas son, dentro del colectivo
gltb, quienes están más expuestas a la violencia en todas sus formas, incluso
en la forma extrema de la muerte. Toda reactualización de los prejuicios, estereotipos,
difamaciones y mentiras en torno a estas personas no hace más que contribuir a
ese castigo contra ellas, incluso cuando lo hacen personas que no se perciben
parte o no quieren ser parte del sistema de punición heterosexista. La matriz
de lo que Wittig llamó la mente hétero está tan imbricada en la cultura, en las
instituciones, en el imaginario, que incluso personas que se horrorizan de la
forma extrema de violencia contra las masculinidades lésbicas, las feminidades
gays y las transgeneridades no heteronormadas, son capaces de repetir y
sostener parte de los prejuicios, sospechas, estereotipos y difamaciones que
son el soporte de validación última de esas violencias. La lesbofobia puesta en
acto por unos es el emergente de una lesbofobia sostenida en lo cultural,
normativo e institucional por toda la sociedad. No examinar críticamente cada
concepto, cada pensamiento, cada idea sobre todas las lesbianas, no analizar
cada reacción frente a la presencia de una lesbiana masculina, de una lesbiana
madre, de una lesbiana maestra, de una lesbiana femenina, de una lesbiana
presa, de una lesbiana diputada, de una lesbiana besando a otra, de una
lesbiana asesinada -por poner sólo algunos ejemplos-, no ser capaces de
analizar y poner en cuestión cada pensamiento y cada acción desde la conciencia
crítica de haber sido socializad*s en un sistema lesbofóbico es ser partícipe,
voluntariamente o no, de ese sistema torturador, mutilador y asesino.
Las Safinas
Reflexión - Acción Lésbica
Rosario, Argentina
Web: http://lassafinas.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario